| Mis momentos de la Eurocopa: 1972, en el reino del Kaiser
Enrique Vaquerizo 25 de mayo de 2008
En la eterna discusión sobre quien ha sido el mejor jugador de todos los tiempos, muchos exponen la voracidad goleadora de Pelé, otros la fantasía de barrio de Maradona, alguno recurre al fútbol en blanco y negro y citan el concepto de juego total de Di Stefano. Añadiendo un elemento más en el debate, ninguno de ellos alcanzó la capacidad de liderazgo y la elegancia en el campo de Franz Beckenbauer. Si los tres astros antes nombrados son la santísima trinidad del fútbol sudamericano. Citar al “kaiser” es citar la historia viva del fútbol europeo.
Franz Beckenbauer, el que creó y reinventó una posición, la de líbero, que prolongaba la labor del entrenador en el terreno de juego, el que cambió la historia de la Bundesliga convirtiendo a un desconocido Bayern de Munich en uno de los equipos más poderosos de Europa, el que aguantó con un brazo en cabestrillo las embestidas del mejor partido del siglo en el mundial de 1970 y el que volvió como seleccionador en 1990 para robarle a Maradona unos centímetros de su estatura para ser el mejor jugador de la historia.
Ese era el jugador que comandaba a la selección alemana en la Eurocopa de Bélgica de 1972. A su alrededor un elenco irrepetible. Sepp Maier, uno de los mejores porteros de todos los tiempos. Höeness un llegador genial, el talento desgarbado de Gunter Netzer, la clase de Heynkes o el despliegue físico en la izquierda de Breitner. Arriba el asesino más voraz de la historia del fútbol europeo, “Torpedo” Muller. Lo mejor de dos equipos míticos como Bayern de Munich y Borussia Mönchengladbach, una generación inigualable que dominó Europa tanto a nivel de clubs como de selecciones.
Aquel campeonato jugado aún en la modalidad de fase final para cuatro equipos tenía la mano de Bekenbauer marcada en el trofeo aún antes de empezar a rodar el balón. Tras tomar Wembley como una división acorazada en cuartos, el águila alemana oteó el horizonte y encontró a Bélgica en semifinales. El anfitrión opuso poca resistencia pero acabó sucumbiendo a golpe de martillazo de Muller. 2-1 con dos goles del insaciable delantero del Bayern y a esperar rival en la final.
Allí se presentó la U.R.R.S dejando en semifinales a Hungria. Ya sin Yashin los soviéticos llegaban a su tercera final de Eurocopa en las cuatro primeras ediciones. Kolotov, Baidachny, Banishevsky representaban un tridente de lujo para una selección aún temible pese a no contar ya con el hombre de los milagros en la portería. En aquella final Alemania realizó una exhibición de fútbol, eliminanado cualquier atisbo de oposición, el 3-0 final con goles de Müller y Wimmer fue un indicativo claro de la situación que vivía el fútbol europeo en la época y los años que se avecinaban. Una dictadura bajo el ritmo marcial de la apaisonadora germana. Dos años más tarde de aquella Eurocopa, Alemania coronaría su obra en el Mundial del 74 y Cruyff y Bekembauer disputarían un duelo inscrito con letras de oro en la columna trajana del fútbol europeo.
Une época dorada que comezó a declinar con la desaparición de las alturas del Borussia Mönchengladbach dejando sólo al Bayern de Munich. Comenzaba a gestarse el fútbol tosco característicos de los alemanes, físico y pelotazos como señas. Llegarían más títulos, pero ninguno de los posteriores combinados germánicos alcanzaría el nivel de brillantez de aquella selección . Siempre arropada por el manto protector de Franz Bekenbauer.
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