REDACCIONES PENDIENTES, FALTA BUSQUEDA DE IMAGENES PARA COMPLETAR

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robertomas
view post Posted on 4/9/2009, 02:41




'MISTER' CLOUGH Y LA HAZAÑA DEL FOREST

La última gran batalla del viejo laborismo británico, socialista y cristiano, concluyó en marzo de 1985 con una derrota definitiva. Tras un año de huelga contra el Gobierno de Margaret Thatcher, los mineros se rindieron y en poco tiempo, una a una, las minas fueron cerrándose. Pero, antes de la huelga y del triunfo de Thatcher, aquella izquierda había disfrutado de una gloria irrepetible. Nunca en el fútbol europeo se había visto algo así. ¿Fútbol y política? Sí, por supuesto. A veces ocurre. El mundo de los símbolos es así de complejo.


Tomemos una ciudad: Nottingham, en el corazón industrial de Inglaterra. A mediados de los 70, Nottingham estaba perdiendo con rapidez sus fábricas textiles. La población decrecía. La crisis económica y la crisis del laborismo se unían en una sensación generalizada de declive.

Tomemos un equipo: el Nottingham Forest, tan histórico como deprimido. El Forest fue fundado en 1865 y adoptó el color rojo del revolucionario italiano Garibaldi; en 1976 poseía un pasado notabilísimo (patrocinó el nacimiento del Arsenal londinense, fue el primer equipo en experimentar las redes en las porterías y el arbitraje con silbato en vez de banderas) y un presente mediocre en la Segunda División.

Tomemos un joven entrenador: Brian Clough, que destacaba por su efectividad (le había dado una Liga al modesto Derby County en 1972), por su tremendo carácter y por su filiación laborista. Cuando había una huelga minera en las Midlands, Clough estaba ahí, animando a los piquetes y donando parte de su sueldo. Mister Clough, como exigía ser llamado, no puede ser comparado con los Mourinho o los Ferguson de hoy porque éstos no resisten la comparación. Una de sus frases célebres: "Ya sé que Roma no se construyó en un día, pero es que yo no me encargué de ese trabajo".

Ya tenemos la ciudad, el equipo y el técnico: una mezcla explosiva. En 1977, Mister Clough logró que el Forest ascendiera a la máxima categoría. Entonces empezó la fiesta: en la temporada siguiente, 1977-78, el Forest fue campeón de Liga. En 1979, el año en que Thatcher llegó al Gobierno, fue campeón de Europa. Y en 1980 lo fue otra vez. Ningún otro equipo europeo posee más Copas de Europa que títulos ligueros. El Forest logró la hazaña jugando limpio y raso: fue el primer equipo británico que amó el balón. Otra frase de Clough: "Si Dios hubiera querido que el fútbol se jugara en las nubes, no habría puesto hierba en el suelo".

Luego llegó la decadencia. Las estrellas como Peter Shilton y Trevor Francis se eclipsaron. Mister Clough se hundió en el alcoholismo. El 15 de abril de 1989, cuando Forest y Liverpool iniciaban una semifinal de Copa en el estadio de Hillsborough (Sheffield), una avalancha de espectadores causó 96 víctimas mortales. La tragedia de Hillsborough simbolizó el fin de una época. En 1993 llegaron el descenso y la despedida de Mister Clough.

El mejor entrenador británico (este título podría discutírselo su amigo Bill Shankly, pero nunca Alex Ferguson) murió en 2004, tras un trasplante de hígado que le dio unos pocos meses de tiempo suplementario. El Nottingham Forest malvive en la Segunda División inglesa. Lo que hicieron Mister Clough y el Forest nunca será superado.

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OLD FIRM. LA ESENCIA DEL FÚTBOL


Quien iba a decir que la industrial y gris Glasgow se convertiría en la ciudad que iba a acoger el partido más emotivo del planeta. El clásico más antiguo a nivel mundial, con casi 120 años de existencia, revoluciona la Gran Bretaña cada vez que se da el pitido inicial.

Y todo porque la religión, la política y la sociedad así lo han conseguido. Católicos y protestantes, Celtic y Rangers, están identificados con estratos diametralmente opuestos, que muchas veces han hecho de este una cita peligrosa.

Lo sucedido en 1971 fue el ejemplo más dramático. Una avalancha de espectadores en Ibrox Park, feudo del Rangers, acabó con la vida de 66 personas. Nueve años después se vivió la Old Firm más violenta de la historia, según cuentan testigos presenciales. La policía tuvo que cargar con dureza a caballo, contra aficionados de ambos equipos. El alcohol que llevaban encima los hinchas fue la causa de la batalla campal.

Historias como esta son difíciles de repetir en la actualidad. Ahora estos partidos se juegan en el mediodía, para evitar que los aficionados acudan en estado etílico al campo.

Tras esta breve introducción es fundamental retroceder en el tiempo y conocer cómo nacieron los dos colosos. Rangers lo hizo en 1873 y Celtic en 1888. Desde la fecha de su fundación, tomaron caminos diferentes. No tenían nada en común, y es por ello que la rivalidad haya adquirido tintes existenciales.

Los ‘Gers’ fueron fundados por aficionados al remo. Desde el principio se convirtió en el equipo preferido de los estribadores del puerto. El origen de los ‘Bhoys’ llegó con la aparición del padre marista Wilfred Kerins, que creó una institución que tenía como objetivo recaudar fondos a favor de un comedor infantil para inmigrantes irlandeses.

Rápidamente el Celtic se convirtió en el equipo de la abundante colonia irlandesa establecida en Escocia, en su práctica totalidad, de origen católico. Esto hizo que en el Rangers empezaran a ‘vender’ con mucha fuerza que eran el equipo símbolo del protestantismo. Y así llegó el primer Celtic-Rangers. Supuso además el debut como club de fútbol del Celtic, que goleó por 5-2.Poco a poco la rivalidad fue creciendo. Hasta que en 1909 se vivió una final de Copa que dio origen a la definición propia que tiene este derbi: Old Firm. El choque acabó en empate, por lo que se tuvo que repetir -no existían prórrogas-. El segundo partido, con las gradas del mítico Hampden Park abarrotadas, iba camino de repetir situación.

Sin embargo, por la grada circuló el rumor de que podría estar pactado de antemano el empate para poder disputar otra repetición más, con su consiguiente beneficio económico extra para los dos equipos, y aficionados de uno y otro lado invadieron el campo. Quemaron las taquillas, e incluso atacaron a los policías. La conclusión no pudo ser más drástica: el palmarés de Copa en Escocia cuenta con un hueco en blanco en la edición de 1909.

Old Firm significa vieja empresa. Este nombre simboliza la extendida opinión de que ambos conjuntos se benefician económicamente de la antipatía que se profesan. La rivalidad entre ambos es brutal, no hay duda. Pero paradójicamente fuera del campo son todo un uno. Lo negocian todo de forma conjunto, como los derechos de televisión o su posible ingreso en la Premier League inglesa. La antipatía que esto ha provocado en el resto de equipos escoceses es obvia.

Hasta la fecha la rivalidad tenía tintes, básicamente, deportivos. Sin embargo, en 1912 se instaló en Glasgow la empresa de astilleros Harland and Wolf. No contrataba a católicos... otro punto a favor de ir ‘labrando’ la enfervorizada rivalidad.

El sectarismo de las aficiones se agravó con la instauración del Estado Libre en Irlanda en 1921, tras siete siglos de dominio inglés. La zona del Norte, más pequeña, siguió perteneciendo al Reino Unido, mientras que la del sur se convirtió en el gran pulmón del Celtic.
Por aquella época, cada Old Firm terminaba muy mal. Las batallas campales eran ineludibles al final de cada encuentro, y se empezaba a asumir que la reconciliación era imposible. Es más, ¿para qué conseguirla?, que pensaba la mayoría.

Tras una época de tregua relativa vivida tras la II Guerra Mundial, la situación se recrudeció. Es cuando la política entra en juego. Así, era habitual ver alusiones al IRA en Parkhead, mientras que en Ibrox Park es muy habitual el cántico que reza ‘Estamos hundidos en sangre feniana hasta las rodillas, rendíos o moriréis", en alusión al Sinn Fein, partido nacionalista irlandés y rama política del IRA.

En este último estadio también se viven momentos de exaltación cuando suena la canción Simply the Best, de Tina Turner. Al final se escucha un estremecedor ‘¡A la mierda el Papa!Luego viene la aplicación de religión y política en el apartado deportivo. En el Celtic han jugado por tradición no protestantes, mientras que el Rangers llevó el camino inverso hasta que en 1989 se produjo el fichaje de Maurice Johnstone. Estamos ante el único jugador de la historia que ha militado en católicos y protestantes.

El origen de Johnstone era irlandés y católico, y tras ser traspasado por el Celtic al Nantes, el Rangers acometió su fichaje. El infierno que vivió en Ibrox Park fue tremendo. Todos en Glasgow le odiaban. Unos por ser un traidor y marcharse al rival -Celtic-. Otros, por considerarle un intruso -Rangers-. Al final, terminó marchándose a EE.UU.

La globalización también ha influido en esta rivalidad enconada. Ahora la mayoría de los jugadores son extranjeros, pero la esencia es la misma. Las polémicas siguen siendo constantes. La última se vivió la pasada temporada, cuando el portero del Celtic, el polaco Artur Boruc se santiguó antes de comenzar una Old Firm en Ibrox Park. Boruc fue amonestado por las autoridades por atentar con este gesto contra el orden público...

La hostilidad que se vive en la grada es indescriptible. Cuenta todo aquel que ha presenciado uno de estos partidos que no hay nada comparable con un Celtic-Rangers. Ni un Boca-River, ni un Real Madrid-Barcelona, ni un Flamengo-Fluminense.

Esto lo deja claro Sir Alex Ferguson, entrenador del Manchester United y escocés, en su biografía: "Hay gente que insiste en que otras rivalidades futbolísticas pueden generar tanta intensidad como los choques entre Rangers y Celtic. Bien, he estado en San Siro, en el derbi de Milán, en Barcelona cuando fue el Real Madrid, he visto el Benfica-Oporto y me he visto envuelto con el Manchester United en partidos contra el City, el Liverpool o el Leeds. Créeme, no hay nada comparable con la atmósfera de un Celtic-Rangers".

En 1999, el colegiado escocés Hugh Dallas recibió un impacto de una moneda por parte de los aficionados del Celtic. Al final del partido sorprendió a todos con su discurso: "Tengo amigos en el mundo del arbitraje, como Collina, a los que les encantaría dirigir un Old Firm. Yo no lo dudaría: si tuviera que elegir entre arbitrar a las mejores estrellas del continente en la Champions League o un derby de Glasgow... me quedaría con nuestra propia batalla de gigantes".

La rivalidad, como estarán comprobando, es muy compleja. Es más, un amigo escocés me dijo en una ocasión que "el Celtic-Rangers es un Irlanda-Inglaterra

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FRANCIA (78-86), LOS CARTESIANOS DEL MEDIO CAMPO


La relación de Francia con el fútbol se ha movido de forma pendular. A momentos de fulgor, como su actuación en el Mundial de Suecia 58, siguieron años sin interés. Ningún equipo francés tuvo protagonismo en el década de los sesenta. Entre 1958 y 1978, Francia sólo participó en la Copa del Mundo que se disputó en Inglaterra, donde su participación fue anecdótica. Fue eliminada en la primera ronda. Tampoco hubo jugadores relevantes en aquel periodo. El país de Kopa, Vincent y Fontaine se sentía más atraído por el ciclismo o el rugby, el juego de la Francia profunda. Sin embargo, a mediados de los años setenta se produjo una renovación generacional, donde la pequeña ciudad de Saint Etienne tuvo un papel fundamental. Si Marsella era la ciudad enloquecida por el fútbol, Saint Etienne tenía la llave del futuro. El fútbol volvía a sus orígenes: la clase obrera tomó la bandera del fútbol en una ciudad orgullosa de su equipo. Se sentía representada por los verts, que comenzaron a progresar en la escala jerárquica del fútbol europeo. En aquel pequeño equipo se incubó el embrión del despegue francés.

En Nancy, al norte de Francia, el fútbol también era el pasatiempo preferido de mineros y emigrantes italianos o polacos. La deuda con ellos venía de lejos. Kopa, hijo de mineros, se apellidaba Kopazewski. Era uno de los muchos polacos que dieron gloria al fútbol francés. Michel Platini nació en Joeuf, pueblo cercano a Nancy, en una familia originaria del Piamonte italiano. Debutó con 17 años en el Nancy y se convirtió muy pronto en una celebridad. Por aquella época, el Saint Etienne reunió un excelente grupo de futbolistas: Janvion, Bathenay, López, Larque, Rocheteau y Sarramagna, entre otros. Francia necesitaba una referencia internacional. La encontró en los verts, que disputaron la final de la Copa de Europa frente al Bayern, en 1976. Mereció la victoria el Saint Etienne, pero ganó el equipo alemán. Era una especie de ley no escrita.

Platini fichó por el Saint Etienne y Francia acudió a los Mundiales de Argentina. Fue el inicio de un ciclo que despertó la admiración de los aficionados europeos. Durante ocho años, la selección francesa se distinguió por un fútbol elegante donde no faltaba el vigor de atletas como Janvion o Tresor. Pero en el recuerdo queda el ingenio y la clase de sus centrocampistas. La memoria del fútbol es selectiva. Se recuerdan unas pocas alineaciones y algunos nombres asociados a la perfección. Tigana, Giresse y Platini son nombre imborrables para los aficionados. Ellos definieron el juego de Francia en los años ochenta. A su alrededor, una buena defensa y una delantera más sutil que poderosa: el pequeño Lacombe y Rocheteau, que nunca alcanzó el nivel de sus primeros días en el Saint Etienne. Una gravísima lesión rebajó sus registros, aunque fue un habitual de la selección francesa.

Francia fue la alternativa más consistente a la hegemonía de Italia y Alemania en los primeros años ochenta. El equipo estaba dirigido por Michel Hidalgo, un entrenador juicioso, amable, querido por los jugadores y los aficionados. Elegía a los mejores y sacaba de ellos su mejor rendimiento. En eso consiste la labor de un buen entrenador. Platini dirigía el juego sin alardes imperiales. Era la estrella, pero su confianza en Tigana y Giresse era absoluta. Tigana jugaba como pivote central y se ganó fama de defensivo, pero en cualquier zona del campo era un jugadorazo. Elástico, con una zancada elegante que le permitía conducir la pelota como la seda, dispuesto a asociarse con cualquiera que encontrara por el camino, Tigana era un secreto a voces, el corazón del equipo. El diminuto Giresse escondía un motor considerable y un repertorio enorme de recursos técnicos. Jugaba en corto y en largo, sacaba un buen partido de su habilidad y marcaba goles con frecuencia. Preciso rematador, intuitivo en el área, Giresse acompañaba en todo el campo.

Platini tenía la mejor guardia posible, jugadores que entendían su cartesiano juego a la primera. Platini era un armador inigualable y un finalizador temible. Se dijo que era el nueve y medio por excelencia, un delantero camuflado en la línea de tres cuartos, desde donde elegía la manera de destrozar al rival. Hizo de la pared un arma letal. Quien quiera ver su eficacia en este arte, puede ver su colección de paredes en la Juve, donde el polaco Boniek fue su socio principal. Después de la pared, venía la definición. Ahí, Platini era Romario. Elegía los rincones como nadie. Como lanzador de faltas, encontró pocos iguales. Ese jugador formidable tenía una estampa nada imponente. Parecía fatigado, a punto del abandono, con las medias bajadas y un aire de jugador superado por el esfuerzo. Falso. Platini manejaba los partidos con un autoridad imperial y jamás puso en duda su liderazgo, tanto en la selección francesa como en la Juve.
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GARRINCHA


Alguno de sus muchos hermanos lo bautizó Garrincha, que es el nombre de un pajarito inútil y feo. Cuando empezó a jugar al futbol, los médicos le hicieron la cruz, diagnosticaron que nunca llegará a ser un deportista este anormal, este pobre resto del hambre y de la poliomelitis, burro y cojo, con un cerebro infantil, una columna vertebral hecha una S y las dos piernas torcidas para el mismo lado.


Nunca hubo un puntero derecho como él. En el Mundial del 58 fue el mejor de su puesto. En el Mundial del 62, el mejor jugador del campeonato. Pero a lo largo de sus años en las canchas, Garrincha fue mas: él fue el hombre que dio mas alegrias en toda la historia del fútbol.


Cuando él estaba allí, el campo de juego era un picadero de circo, la pelota un bicho amaestrado, el partido, una invitación a la fiesta. Garrincha no se dejaba sacar la pelota, niño defendiendo su mascota, y la pelota y él cometían diabluras que mataban de risa a la gente; él saltaba sobre ella, ella brincaba sobre él, ella se escondía, él se escapaba, ella lo corría. Garrincha ejercía sus picardías de malandra a la orilla de la cancha, sobre el borde derecho, lejos del centro; criado en los suburbios, en los suburbios jugaba. Jugaba para un club llamado Botafogo, que significa prendefuego, y ése era él; el botafogo que encendía los estadios, loco por el aguardiente y por todo lo ardiente, el que huía de las concentraciones, escapándose por la ventana, porque desde los lejanos andurriales lo llamaba alguna pelota que pedía ser jugada, alguna música que exigía ser bailada, alguna mujer que quería ser besada.


¿Un ganador? Un perdedor con buena suerte. Y la buena suerte no dura. Bien dicen en Brasil que si la mierda tuviera valor, los pobres nacerían sin culo.


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EL MADRID DE LA 'LA QUINTA'


Las noticias llegaron a través de Julio César Iglesias y el artículo que despertó la fiebre por unos muchachos desconocidos. Se titulaba “Amancio y la quinta del Buitre”, apareció en noviembre de 1983 en las páginas de deportes de El País y las consecuencias fueron inmediatas. Días después, dos juveniles del Real Madrid debutaban en Murcia. Eran Sanchis, hijo del defensa internacional que ganó la Copa de Europa en 1966 y participó en el Mundial de Inglaterra, y Martín Vázquez, un centrocampista con todos los recursos técnicos imaginables. Como suele suceder en el periodismo, el célebre reportaje de Julio César Iglesias se publicó casi por casualidad, con un título diferente y peor que el original, cuyo enunciado decía simplemente: “La quinta del Buitre”. Pero no era fácil defender una página dedicada a unos juveniles de los que apenas nadie tenía noticias. Se agregó la figura de Amancio, entrenador del Castilla en aquellos días, para dar un aire de formalidad a una historia que cautivó a los lectores y a los aficionados al fútbol. Si la profecía de Julio César Iglesias tenía sentido, aquel grupo de jugadores harían historia. La hicieron.



El título era genial por descarado y ambiguo. Julio César Iglesias se refería al clan generacional que formaban cinco juveniles y a la quinta velocidad de un curioso delantero, de apellido Butragueño, apodado El Buitre instantáneamente por los compañeros y los aficionados. El Buitre era el eje de una historia coral que incluía a otros cuatro futbolistas: Sanchis, Martín Vázquez, Pardeza y Michel. Todos menos Butragueño habían destacado por su precocidad. Entre todos ellos ninguno había sobresalido tanto como Pardeza, un chico de Huelva que destrozaba a los rivales con una rara mezcla de potencia, habilidad y picardía. Su temprano desarrollo físico le facilitaba el trabajo. Más tarde sería el único que no encontraría un puesto fijo entre los titulares del Madrid. “No puedo luchar contra un mito”, confesó después de su traspaso al Zaragoza. El mito era Butragueñó, El Buitre.



Alfredo Di Stéfano dirigía al Madrid en aquellos momentos. Lejos de molestarse por el elogioso perfil de Julio César Iglesias, el técnico convocó en los meses siguientes a todos los integrantes de la Quinta, excepto a Michel, que se incorporó en el verano de 1984, con Amancio al frente del Real Madrid. El éxito de la Quinta fue tan rápido como abrumador. En el Bernabéu se congregaron 65.000 personas para presenciar el partido entre el Castilla y el Bilbao Athletic, que se disputaban el liderato en Segunda División. Un clamor de cambio de apoderó del Madrid. Di Stéfano lo entendió perfectamente. Tres años después, el Madrid ganó la Liga después de cinco años de sequía. Comenzó una arrolladora marcha por el campeonato. El Madrid conquistó cinco campeonatos sucesivos con un fútbol brillante, caracterizado por un poderío goleador que no encontró respuesta en España.



La Quinta dio nombre a una época, pero en aquel equipo se concentró una amplia nómina de estrellas. Gallego se había establecido como titular de la selección española. Gordillo llegó del Betis para conquistar la banda izquierda con su incansable contribución. Jorge Valdano venía del Zaragoza, donde había completado unas excelentes temporadas, Jankovic, un desconocido yugoslavo, dictó brevemente su magisterio en el medio campo. Una grave lesión quebró su carrera. Ingresó Bernd Schuster, procedente del Barça, el medio centro perfecto. Con Schuster al mando de las operaciones, el Madrid marcó 106 goles en la temporada 89-90, récord del fútbol español. Hugo Sánchez marcó 38 tantos aquel año, todos a un toque, proeza que explica la inteligencia de un delantero centro que convirtió hizo un arte del remate y el desmarque. Hugo Sánchez no sólo era mortífero: su ambición competitiva no tenía límites. En aquel equipo, jugadores como Chendo no merecían el crédito debido. Lateral potente, casi insuperable en el mano a mano, con una respuesta eléctrica a las situaciones de emergencia, Chendo era un gran especialista defensivo en un equipo de artistas.



El Madrid de la Quinta emergió como un acontecimiento social y deportivo en España. Se vivían tiempos de cambio y aquellos jóvenes futbolistas representaban a una nueva generación, Alrededor de la movida y de la Quinta del Buitre, Madrid recuperó su vigor anímico. Los protagonistas eran más ajenos a las consecuencias de lo que se pretendía, aunque su trascendencia social les colocó en una posición delicada. Convertidos en constante foco noticioso, el grupo se convirtió en una coartada para todo. Emergieron los críticos, encontraron defensores y el fútbol atendió a esa costumbre tan española de la división. Se dice que el Madrid no ganó la Copa de Europa, demérito que por lo visto inhabilita a aquel equipo para obtener el reconocimiento que merece. La irrupción del formidable Milan de Sacchi impidió la conquista del grial madridista, pero sólo ahora se valora la importancia de los cinco títulos de Liga consecutivos. Nadie acudía a la Cibeles para celebrarlos.



La Quinta articuló a un gran equipo, capaz de jugar con brillantez durante un largo periodo. Esa consistencia es otro mérito poco analizado. En buena parte, el éxito se relacionó con un hecho infrecuente. Es muy extraño encontrar un grupo de juveniles tan exquisito y complementario. Sanchis, que tenía alma de goleador, se retrasó del medio campo a la defensa, donde permaneció hasta la conquista de la octava Copa de Europa. Michel tenía vocación de director, pero desde el principio funcionó como un fantástico suministrador de juego desde el ala derecha. Martín Vázquez se ganó definitivamente la titularidad tras la baja de Valdano. Su consagración en la temporada 89-90 significó también el final de la Quinta. Abandonó el Madrid y fichó por el Torino. El Madrid no volvería a ganar la Liga hasta la temporada 94-95. Curiosamente, ese año Martín Vázquez regresó al club.



El clamor en torno a Butragueño se rebajó en la segunda parte de su trayectoria. Le salieron críticos y no pocos consideraron que era un jugador menor. Todo lo contrario. Mientras mantuvo su punta de velocidad, Butragueño no solo fue el compañero ideal de Hugo Sánchez, sino el delantero que aclaraba las jugadas por su facilidad para asociarse con los futbolistas de ataque. Para proteger su liviano físico, jugaba a un toque y tiraba paredes fuera del área. La posibilidad del penalti le protegía en el área, y allí se caracterizó por la frialdad para tomar decisiones. No era especialmente rápido, pero su primer paso causaba muchos problemas a los centrales. No tenía remate de media distancia, pero dentro del área tenía mano de cirujano. A sus buenos desmarques añadía la facilidad para colocar la pelota en los rincones de la portería. Marcó muchos y buenos goles, fue una celebridad nacional y completó una excelente trayectoria en un gran Real Madrid, el que mejor ha jugado en los últimos 40 años. Ese equipo recuperó para la Liga española el gusto por la exquisitez, por el compromiso con la belleza, con una idea que ahora parece natural en la Liga española, pero que de ninguna manera era predominante en los años ochenta. En el Madrid de la Quinta se encuentra la piedra fundacional de una manera de interpretar el juego que continuaría el magnífico Barça de Cruyff.


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LIVERPOOL 1975-1985, UNA MANERA DE JUGAR, UNA MANERA DE VIVIR

A diferencia de los grandes equipos de los últimos 30 años, el éxito del Liverpool no se debió a un grupo definido de jugadores, sino al definido estilo de su juego, a una manera de vivir el fútbol. La coherencia y la ambición se las inyectó Bill Shankly, uno de los muchos escoceses que transformaron el fútbol en Inglaterra. Escocés fue el gusto por el juego de pase frente al choque inglés. Escocés fue Matt Busby, el mítico entrenador del Manchester United, y lo es Álex Ferguson, el técnico que ha reeditado en los últimos 20 años la hegemonía del equipo de Old Trafford. Escocés hasta la médula era Bill Shankly, nacido en una familia de mineros, minero él mismo, hombre de carácter y entrenador carismático. Shankly sacó al Liverpool de pobre, después de años de regresión a finales de los 50. Lo devolvió a Primera y no tardó mucho en conquistar su primer título de Liga. Ganó el campeonato en 1965, en plena efervescencia del pop y de una ciudad que encontraría en el fútbol una manera de afrontar la terrible crisis industrial de la década siguiente.


Shankly nunca ganó la Copa de Europa, pero los seguidores y futbolistas del Liverpool saben que el éxito se debe a su viejo entrenador. Cuando se retiró en 1975, dejó al equipo en manos de su ayudante, Bob Paisley, que dejó su puesto a otro ayudante, Joe Fagan, que traspasó los poderes a Kenny Dalglish, el delantero escocés que había sucedido y mejorado a Kevin Keegan. Así se hacían las cosas en Anfield. Al fondo, el ideario del viejo entrenador: juego de pase, rápido, solidario, sin egoísmos. Todo esto sucedió en un periodo interesante del fútbol británico. Mientras el Liverpool se hacía casi hegemónico en la Liga y en Europa, la mayoría de los equipos eligieron la ruta contraria al equipo de éxito.


Por aquella época, un tal Charles Hughes se hizo cargo de la dirección deportiva de la federación. Hughes escribió un libro que fue recibido como la Biblia del fútbol por sus partidarios. Se titulaba The Winning Fórmula (La Fórmula Ganadora) y era la obra de alguien dispuesto a castrar el juego. Todo se reducía a estadísticas, porcentajes, presuntas maneras de sacar el máximo provecho posible al lugar de las faltas, los rechaces, a todo lo que no depende del ingenio de los jugadores. El pelotazo y el rechace hizo furor en la mayoría de los equipos, que se igualaron por lo bajo. El Manchester United descendió a Segunda División. El Chelsea, también. Todos jugaban a lo mismo, con consecuencias atroces en la selección. Inglaterra estuvo ausente de los Mundiales de 1974 y 1978. Una generación de excelentes y díscolos futbolistas (Bowles, Worhtington, Marsh, Currie) fue sacrificada en el altar de la fórmula ganadora de Hughes, fórmula inservible a la luz de los fracasos ingleses.La excepción más notable fue el Liverpool, que estaba en las antípodas de las tesis de Hughes. Con Bill Shankly triunfó el passing game, donde la posesión de la pelota era fundamental. En este sentido, el Liverpool estaba más cerca del Ajax que del fútbol inglés. El equipo comenzó a forjarse en los años sesenta con jugadores como los extremos Callaghan y Thompson, el combativo central Tommie Smith o el goleador Roger Hunt. Allí se gestó el equipo comenzaría el asalto a Europa. Ingleses como Keegan, Emlyn Hughes o Phil Neal, galeses como Toshack y Rush, irlandeses como Heighway y Lawrenson, escoceses como Hansen, Souness y Dalglish, todos adscritos al ideario de Dalglish y a la mística del club, todos dispuestos a mantener la llama sagrada del Liverpool: entre 1977 y 1985, es decir, entre la primera Copa de Europa de los reds y la tragedia de Heysel, el Liverpool dominó el fútbol europeo.


No hubo una alineación especialmente memorable, ni un entrenador al frente del equipo que ganó cuatro veces la Copa de Europa, dominó con puño de hierro la Liga inglesa y reunió una legión de seguidores por el mundo. El Liverpool era una idea de fútbol y de vida. Los reds consagraron lo mejor del fútbol inglés (pasión y generosidad) con lo mejor del fútbol europeo. Que su estilo no fuera imitado en la Liga inglesa le benefició. Se encontró sin demasiados rivales. Es ahora, cuando el Arsenal de Wenger recoge y mejora muchas de las bases que estableció Shankly, el momento de apreciar el mérito del Liverpool.

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ALEMANIA 1972, LA MEJOR COSECHA ALEMANA


El mejor equipo alemán, y en esto es mejor ampararse en la subjetividad, disputó un partido memorable el 29 de abril de 1972. Alemania regresaba a Wembley seis años después de su derrota en la final de la Copa del Mundo de 1966. El equipo se había renovado con un grupo de jóvenes jugadores, muchos de ellos desconocidos. El seleccionador, Helmut Schoen, se apoyó casi exclusivamente en dos clubs: el Bayern de Munich y el Borussia Monechengladbach. La facción bávara estaba encabezada por Franz Beckenbauer, excepcional centrocampista que llevaba una semilla desastrosa. Muy pronto, decidió refugiarse como líbero, blindarse con defensas, retrasar al equipo diez metros, convertir sus formidables condiciones técnicas en pirotecnia y animar a los futuros grandes creadores a hacer lo mismo (Stielike, Matthaus…). El centro de gravedad del juego alemán pasó del medio campo al líbero. No hacía falta mucho para adivinar el siguiente paso: el pelotazo.

Sin un papel relevante de sus creativos centrocampistas, sin Schuster, que rescató al equipo en fogonazo de la Eurocopa de 1980, Alemania comenzó a estirarse: cada vez más cerca de su portero y cada vez un gigante más alto en la punta del equipo: Dieter Hoenness, Hrubesch, Bierhoff. La simplificación llevó a la simpleza. Y la simpleza es deprimente. El precio que ha pagado el fútbol alemán es muy alto. No han faltado las victorias, pero los jugadores alemanes han perdido prestigio. Pocos actúan en las grandes Ligas. No añaden gran cosa. Se simplificó demasiado. Se creó un prototipo funcional que, a fuerza de repetirse, terminó por degradarse. Pero hubo un tiempo donde Alemania era una selección maravillosa.

En aquel partido de Wembley, cuartos de final de la Eurocopa, Alemania derrotó 1-3 a Inglaterra. El resultado fue menos importante que la manera de conseguirlo y quiénes lo consiguieron. A un lado, Beckenbauer se acompañaba del portero Maier, el central Schwarzenbeck, el lateral izquierdo Breitner, el goleador Gerd Muller y el media punta Uli Hoeness. Tanto Hoeness, extraordinario jugador prematuramente disminuido por una grave lesión, como Breitner eran jóvenes y desconocidos en Europa. La otra parte del equipo estaba dirigida por Gunther Netzer, eterno suplente de Overath. Netzer, que jugó el partido de su vida en Wembley, había conducido al Borussia Moenchengladbach del anonimato al primer peldaño de la Bundesliga. Junto a él, el lateral derecho Vogts, el magnífico centrocampista Wimmer y el delantero Jupp Heynckes. Todos estaban en Wembley, donde se exhibió Alemania con un fútbol perfecto.

El duelo con Inglaterra y la victoria en la Eurocopa de 1972 marcan el momento de mayor altura en el juego de la selección alemana. Antes de adentrarse en el fútbol especulador y pesadísimo que caracterizó al Bayern de los años setenta, la selección alemana jugó tan bien como Holanda y con jugadores tan brillantes. Fue un periodo que merece recordarse, lo mismo que el triste destino del Borussia Moenchengladbach. Siempre jugó mejor que el Bayern, pero perdió sus oportunidades en la Copa de Europa, mientras el equipo de Beckenbauer ganaba las finales con poco juego y mucha suerte. Como Moenchengladbach, una pequeña ciudad junto a la frontera belga, no es Múnich, las posibilidades de sobrevivir a la ausencia de éxito son mucho menores. El Borussia entró en un declive lastimoso para los aficionados que preferían su aventura a la calculadora maquinaria del Bayern. Y como el Bayern se ha preocupado de eliminar cualquier atisbo de oposición en la Bundesliga –cada vez que aparece un competidor, sus mejores jugadores acaban irremediablemente en el equipo bávaro-, el fútbol alemán es prisionero de un club con una perniciosa querencia por la depredación.


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AJAX 1969-1973, LA REVOLUCIÓN QUE SOBREVIVE


Cuesta creerlo ahora, pero Holanda fue durante décadas un país residual en el fútbol. Mientras las grandes potencias (Inglaterra, Brasil, Argentina, Italia, Alemania, España) habían convertido el fútbol en la pasión nacional, y la habían convertido en una cultura a través de los éxitos de sus selecciones o de sus clubs, Holanda figuraba como una anécdota, un país pequeño más interesado por los negocios y las carreras de patines sobre hielo. Sus equipos eran primeros candidatos a recibir goleadas en las competiciones internacionales. No existía el profesionalismo. El fútbol tenía el carácter de distracción ociosa en un país con preocupaciones más interesantes. Sin embargo, en un pequeño club de Ámsterdam se había instalado el germen de una revolución grandiosa. Lo que no existía en 1964, se convirtió cinco años después en una de las maquinarias más perfectas que ha visto el fútbol. El Ajax surgió de la nada para instalar un modelo admirable, envidiado por su particularidad, tan vigente que la pequeña Holanda es uno de los principales suministradores de jugadores y técnicos del fútbol mundial. Y de estilo. Estilazo.


En 1964, Piet Keizer y Johan Cruyff, dos jóvenes jugadores del Ajax, se ganaron su primer contrato profesional. Cruyff suele decir que fueron los primeros futbolistas profesionales de Holanda. Un hombre de carácter, visionario de un método, porque había mucho de metódico en lo que hizo aquel Ajax, se encargó de construir el equipo. Era Rinus Michels. Aquella banda de desconocidos dio noticias de lo que se avecinaba en 1966. Ganó 5-1 al Liverpool en los octavos de final de la Copa de Europa. Sin saberlo, se habían medido dos genios del fútbol: Michels y Bill Shankly, el técnico que había sacado a los reds del abismo de la Segunda División. La progresión del Ajax fue meteórica. En 1969 alcanzó por vez primera la final de la Copa de Europa, conducidos por la versión más sublime de Cruyff.


La derrota ante el Milan no tuvo mayores consecuencias. La revolución había llegado para instalarse. En medio de un periodo dominado en Europa por el fútbol defensivo y la tolerancia con la violencia, la causa del Ajax fue abrazada por millones de aficionados en todo el continente. El Ajax jugaba con pasión, siempre al ataque, con un vértigo controlado y la obsesiva necesidad de disponer de la pelota. De todo ello se encargaban sus dinámicos jugadores. Eran jóvenes y rebeldes, forjados en la cultura de los años 60. No estaban en el fútbol para aburrirse. Pero tampoco se dejaban llevar por la anarquía.


Holanda, un país pequeño, había encontrado la manera de forjar un estilo, de preservarse en definitiva. En el juego del Ajax, y por extensión de la selección holandesa, se apreciaba grandeza y método. Equipo con extremos, gran amplitud, centrocampistas prolijos en el manejo del balón y temibles en sus llegadas al área, laterales intrépidos, centrales con gran capacidad para el pase, porteros extraños, o extraños para aquellos días: sin manos, adelantados, con ganas de jugar con los pies. El resto es historia. El Ajax ganó tres Copas de Europa (71,72 y 73) con nombres imperecederos: Cruyff, Keizer, Haan, Krol, Rep, Gerd Muhren, Hulshoff, Blakenburg. Su influencia fue total en la selección que deslumbró en el Mundial de Alemania 74. El legado se transmite hasta hoy a través de generaciones gloriosas. Van Basten, Bergkamp, Rijkkard y Koeman definieron su época. Van der Saar, los hermanos de Boer, Seedorf, Blind, Overmars, Kanu, Kluivert, Litmanen han sido cruciales en los últimos años. Otra generación vendrá, sin duda. El equipo que surgió de la nada, el país desinteresado por el fútbol, son ahora una impagable factoría de ideas, de futbolistas y de un estilo que no declina.

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BRASIL 1970, EL METRO PATRÓN DEL FÚTBOL

-PELE

El mito brasileño se generó en 1958, con un equipo deslumbrante que incluía a Djalma y Nilton Santos, al goleador Vavá, al elegante Didí y al astuto Zagalo. Con ellos, Brasil ganó su primera Copa del Mundo, pero con Pelé y Garrincha conquistaron un trofeo mayor: el asombro de los aficionados europeos. Pelé tenía 17 años cuando debutó en el Mundial de Suecia. Garrincha era un mago apenas conocido. En aquellos días, no había televisión, ni reactores, ni Internet. Más que nada, el fútbol era un boca a boca que corría por todos los rincones del planeta. Tiempos de imaginación y leyenda. En Suecia, en las antípodas de su exuberante país, Pelé y Garrincha construyeron el edificio que ha sostenido el mito brasileño: fantasía, ingenio, belleza, placer y victorias.

Doce años después, Brasil llegó a México con la herida de su temprana eliminación en el Mundial de Inglaterra. En los meses previos a la Copa del Mundo, abundaron las disputas y los conflictos. Joao Saldaña perdió el puesto por discutir la titularidad de Pelé y negarse a aceptar las imposiciones de los políticos. El general Garrastachu Medici, dictador de turno en aquellos días, extendió sus caprichos hasta la selección. Fanático del delantero Darío, impuso su presencia en el equipo, contra el criterio del seleccionador y de los jugadores. Nadie estaba seguro de aquel equipo. Nadie sabía que se gestaba el mejor equipo de la historia.

Brasil 70, así, sin más. No hace falta añadir nada. Los aficionados, los viejos y los jóvenes, saben que aquella selección es el metro patrón que mide a todos los demás grandes equipos. No sólo engrandeció el mito creado en el Mundial de Suecia, sino que adelantó los principios del fútbol total. El Ajax y Holanda elaboraron un método que ya estaba en la naturaleza del equipo de Pelé, Gerson, Tostao, Jairzinho, Rivelino, Clodoaldo y Carlos Alberto. El cuarto gol brasileño en la final frente a Italia define el juego total. Comenzó con Tostao, el sutil delantero centro, como último hombre del equipo. Varios pases después, muchos jugadores por medio y setenta metros por delante, Carlos Alberto, capitán y lateral derecho, coronó una jugada que contenía la esencia del fútbol: la mayor calidad individual para el máximo sentido colectivo.

El Mundial fue retransmitido por televisión para todo el mundo, circunstancia que favoreció el imposible: la realidad superó a la leyenda. Casi todos los partidos de Brasil dejaron un momento que ha pasado al imaginario colectivo del fútbol. Frente a Checoslovaquia, Pelé estuvo a punto de sorprender a Víktor con un globo desde medio campo. Contra Inglaterra, Banks hizo la parada del siglo en un cabezazo picado de Pelé. El engaño de Pelé a Mazurkiewicz, el gran portero uruguayo, figura entre los mano a mano más célebres del fútbol. De alguna manera, casi todas esas jugadas tenían un aire de novedad para los aficionados de entonces. La fascinación fue tan grande que se eliminó lo prosaico en favor de lo irreal. Las dos acciones de Pelé ante Víktor y Mazurkiewicz se asumen como goles. Que no lo fueran, importa menos que la impresión que causaron las jugadas. La realidad tampoco fue una tontería. Brasil ganó el Mundial, su tercera Copa en 12 años, y conquistó la admiración general. Ya no se trataba del boca a boca. La magia existía. Lo había visto todo el planeta.

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OLD FIRM. LA ESENCIA DEL FÚTBOL


Quien iba a decir que la industrial y gris Glasgow se convertiría en la ciudad que iba a acoger el partido más emotivo del planeta. El clásico más antiguo a nivel mundial, con casi 120 años de existencia, revoluciona la Gran Bretaña cada vez que se da el pitido inicial.

Y todo porque la religión, la política y la sociedad así lo han conseguido. Católicos y protestantes, Celtic y Rangers, están identificados con estratos diametralmente opuestos, que muchas veces han hecho de este una cita peligrosa.

Lo sucedido en 1971 fue el ejemplo más dramático. Una avalancha de espectadores en Ibrox Park, feudo del Rangers, acabó con la vida de 66 personas. Nueve años después se vivió la Old Firm más violenta de la historia, según cuentan testigos presenciales. La policía tuvo que cargar con dureza a caballo, contra aficionados de ambos equipos. El alcohol que llevaban encima los hinchas fue la causa de la batalla campal.


Historias como esta son difíciles de repetir en la actualidad. Ahora estos partidos se juegan en el mediodía, para evitar que los aficionados acudan en estado etílico al campo.


Tras esta breve introducción es fundamental retroceder en el tiempo y conocer cómo nacieron los dos colosos. Rangers lo hizo en 1873 y Celtic en 1888. Desde la fecha de su fundación, tomaron caminos diferentes. No tenían nada en común, y es por ello que la rivalidad haya adquirido tintes existenciales.


Los ‘Gers’ fueron fundados por aficionados al remo. Desde el principio se convirtió en el equipo preferido de los estribadores del puerto. El origen de los ‘Bhoys’ llegó con la aparición del padre marista Wilfred Kerins, que creó una institución que tenía como objetivo recaudar fondos a favor de un comedor infantil para inmigrantes irlandeses.


Rápidamente el Celtic se convirtió en el equipo de la abundante colonia irlandesa establecida en Escocia, en su práctica totalidad, de origen católico. Esto hizo que en el Rangers empezaran a ‘vender’ con mucha fuerza que eran el equipo símbolo del protestantismo. Y así llegó el primer Celtic-Rangers. Supuso además el debut como club de fútbol del Celtic, que goleó por 5-2.
Poco a poco la rivalidad fue creciendo. Hasta que en 1909 se vivió una final de Copa que dio origen a la definición propia que tiene este derbi: Old Firm. El choque acabó en empate, por lo que se tuvo que repetir -no existían prórrogas-. El segundo partido, con las gradas del mítico Hampden Park abarrotadas, iba camino de repetir situación.


Sin embargo, por la grada circuló el rumor de que podría estar pactado de antemano el empate para poder disputar otra repetición más, con su consiguiente beneficio económico extra para los dos equipos, y aficionados de uno y otro lado invadieron el campo. Quemaron las taquillas, e incluso atacaron a los policías. La conclusión no pudo ser más drástica: el palmarés de Copa en Escocia cuenta con un hueco en blanco en la edición de 1909.


Old Firm significa vieja empresa. Este nombre simboliza la extendida opinión de que ambos conjuntos se benefician económicamente de la antipatía que se profesan. La rivalidad entre ambos es brutal, no hay duda. Pero paradójicamente fuera del campo son todo un uno. Lo negocian todo de forma conjunto, como los derechos de televisión o su posible ingreso en la Premier League inglesa. La antipatía que esto ha provocado en el resto de equipos escoceses es obvia.


Hasta la fecha la rivalidad tenía tintes, básicamente, deportivos. Sin embargo, en 1912 se instaló en Glasgow la empresa de astilleros Harland and Wolf. No contrataba a católicos... otro punto a favor de ir ‘labrando’ la enfervorizada rivalidad.


El sectarismo de las aficiones se agravó con la instauración del Estado Libre en Irlanda en 1921, tras siete siglos de dominio inglés. La zona del Norte, más pequeña, siguió perteneciendo al Reino Unido, mientras que la del sur se convirtió en el gran pulmón del Celtic.


Por aquella época, cada Old Firm terminaba muy mal. Las batallas campales eran ineludibles al final de cada encuentro, y se empezaba a asumir que la reconciliación era imposible. Es más, ¿para qué conseguirla?, que pensaba la mayoría.


Tras una época de tregua relativa vivida tras la II Guerra Mundial, la situación se recrudeció. Es cuando la política entra en juego. Así, era habitual ver alusiones al IRA en Parkhead, mientras que en Ibrox Park es muy habitual el cántico que reza ‘Estamos hundidos en sangre feniana hasta las rodillas, rendíos o moriréis", en alusión al Sinn Fein, partido nacionalista irlandés y rama política del IRA.


En este último estadio también se viven momentos de exaltación cuando suena la canción Simply the Best, de Tina Turner. Al final se escucha un estremecedor ‘¡A la mierda el Papa!
Luego viene la aplicación de religión y política en el apartado deportivo. En el Celtic han jugado por tradición no protestantes, mientras que el Rangers llevó el camino inverso hasta que en 1989 se produjo el fichaje de Maurice Johnstone. Estamos ante el único jugador de la historia que ha militado en católicos y protestantes.


El origen de Johnstone era irlandés y católico, y tras ser traspasado por el Celtic al Nantes, el Rangers acometió su fichaje. El infierno que vivió en Ibrox Park fue tremendo. Todos en Glasgow le odiaban. Unos por ser un traidor y marcharse al rival -Celtic-. Otros, por considerarle un intruso -Rangers-. Al final, terminó marchándose a EE.UU.


La globalización también ha influido en esta rivalidad enconada. Ahora la mayoría de los jugadores son extranjeros, pero la esencia es la misma. Las polémicas siguen siendo constantes. La última se vivió la pasada temporada, cuando el portero del Celtic, el polaco Artur Boruc se santiguó antes de comenzar una Old Firm en Ibrox Park. Boruc fue amonestado por las autoridades por atentar con este gesto contra el orden público...


La hostilidad que se vive en la grada es indescriptible. Cuenta todo aquel que ha presenciado uno de estos partidos que no hay nada comparable con un Celtic-Rangers. Ni un Boca-River, ni un Real Madrid-Barcelona, ni un Flamengo-Fluminense.


Esto lo deja claro Sir Alex Ferguson, entrenador del Manchester United y escocés, en su biografía: "Hay gente que insiste en que otras rivalidades futbolísticas pueden generar tanta intensidad como los choques entre Rangers y Celtic. Bien, he estado en San Siro, en el derbi de Milán, en Barcelona cuando fue el Real Madrid, he visto el Benfica-Oporto y me he visto envuelto con el Manchester United en partidos contra el City, el Liverpool o el Leeds. Créeme, no hay nada comparable con la atmósfera de un Celtic-Rangers".


En 1999, el colegiado escocés Hugh Dallas recibió un impacto de una moneda por parte de los aficionados del Celtic. Al final del partido sorprendió a todos con su discurso: "Tengo amigos en el mundo del arbitraje, como Collina, a los que les encantaría dirigir un Old Firm. Yo no lo dudaría: si tuviera que elegir entre arbitrar a las mejores estrellas del continente en la Champions League o un derby de Glasgow... me quedaría con nuestra propia batalla de gigantes".


La rivalidad, como estarán comprobando, es muy compleja. Es más, un amigo escocés me dijo en una ocasión que "el Celtic-Rangers es un Irlanda-Inglaterra. Los escoceses son mayoritariamente de otros equipos".


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SOBRE 'THE KOP', EL MITO HECHO GRADA

Anfield es algo más que un estadio de fútbol y la grada sur mucho más que un fondo desde el que ver jugar al Liverpool. Oficialmente, The Spion Kop o, simplemente, The Kop para la historia de la ciudad en particular y del fútbol en general, el gol donde no entró una mujer en casi cien años, representa los valores de un equipo singular y diferente como ninguno. The Kop representa una manera de entender el fútbol tanto para quienes crecieron allí como aficionados como para los futbolistas que conocieron los años de gloria de un lugar con capacidad para 20.000 espectadores de pie y en el que llegaron a entrar 37.000. Tras la remodelación de 1996, el aforo se redujo a 12.390, lo que significa que por cada asiento de ahora antes había tres hinchas. Aun así, ni ha perdido carisma ni capacidad para intimidar a los rivales y emocionar a los jugadores locales. (...)

The Kop sigue siendo especial pese a lo acontecido en 1987, cuando unos obreros que trabajaban reforzando las columnas descubrieron un agujero de unos seis metros bajo los cimientos que resultó ser una cloaca victoriana construida en 1860 que causó un derrumbamiento en el suelo, obligó a jugar los tres primeros partidos de la temporada lejos y, además, sentenció a muerte a la vieja grada, demolida ocho años mas tarde. Fue Ernest Edwards, editor del Liverpool Echo, el periódico local, quien bautizó la grada en 1906, cuando se interesó por las obras de su edificación y quedó tan impresionado por la perspectiva del lugar que le recordó la ladera de un monte, la colina Spion, de Suráfrica, escenario en enero de 1900 de una sangrienta batalla entre las tropas del batallón de fusileros de Lancashire y los Boers. El batallón fue aniquilado; 3.000 valientes de Liverpool nunca volvieron a Merseyside. Colina, en el idioma afrikaaner, es Kop y en su honor, en el honor de los miles de hijos de Liverpool que tiñieron de sangre roja y scouser aquella colina, Edwards llamó a esa grada The Spion Kop. (...)

"Sobre nosotros, el cielo", se lee en una pancarta de The Kop en alusión a los 30 años que se pasaron los tipos más rudos de Liverpool soportando la lluvia hasta que se cubrió la grada. En ningún otro sitio se rezan tantos Padrenuestro porque ninguna grada tiene tantos muertos que honrar. "La fuerza de la grada es tan brutal que a veces pensé que aspiraban el balón", afirmó el mítico Phil Neal, jugador de los 80.

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