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| Mis momentos de la Eurocopa: El aguijón de Van Basten
Enrique Vaquerizo 29 de mayo de 2008
No sería la famosa “naranja mecánica” de Neeskens y Cruyff fracasada a las puertas de dos mundiales pese a dejar un sello imborrable. La gloria correspondería a una Holanda multicultural, reforzada por la sangre y el músculo negro de sus colonias caribeñas. A finales de los ochenta coincidían tres futbolistas fantásticos que cambiarían la historia del fútbol europeo. Frank Rikjaard, “un todocampista” con un cerebro privilegiado, Ruud Gullit, una pantera repleta de clase y Van Basten el mayor asesino que haya conocido el área. En manos del maquiavélico cerebro de Arrigo Sachi revolucionarían los conceptos del fútbol muncial, pero esa es ota historia. Por aquella época ya comenzaban a cimentar la leyenda en Milanello. A aquella Eurocopa de Alemania acudieron compañados por futbolistas de la talla de Koeman, Vanemburg, Wouters o Van Tiggelen.
Desde el inicio quedó claro que aquel sería el campeonato de los “orange” y Van Basten. Un triplete de Marco ante Inglaterra y su contribución a la victoria ante Eire reflejaban que el tulipan llegaba bien pertrechado de espinas. Si aplicamos el zoom sobre las selecciones que acudieron a aquel campeonato, nos encontramos ante una de las ediciones de más calidad de toda la historia. Una Italia donde sobresalía un jovencísimo Vialli, la dinamita danesa comandada por Laudrup, Matthäus, Völler y Klinsmann con Alemania y una quinta del buitre en plenitud que sumaría un nuevo fracaso estrepitoso sin pasar la fase de grupos.
Holanda se plantaría en la final tras un triunfo agónico frente a Alemania con gol en el último minuto de Van Basten. El contendiente sería una poderosa U.R.S.S que dejaría en el camino a Italia. Aquella última gran selección soviética antes de la caida del comunismo tenía excelentes jugadores en sus filas, Zavarov, Belanov, Protassov y por encima de todos un portero que aquellos días estaba arropado por la aureola de imbatible, Rinat Dassaev. Digno sucesor de Yashine, el tigre de Astracán prometía un duelo con Van Basten que haría cortar el aliento de todo el continente.
Holanda salió segura de su superioridad y a la media hora Gullit haría el primero con un cabezazo majestuoso. La U.R.S.S tuvo sus opciones con un penalti a favor que el normalmente calamitoso Van Breukelen se encargaría de detener a Belanov. Cuando los rusos apretaban más y más amenazando con truncar un nuevo sueño tulipán emergió la figura imponente del genio. Un centro pasado de Wouters, dejó un balón imposible destinado a perderse en el limbo, justo cuando parecía imposible surgió el aguijón mortal de un escorpión llamado Marco Van Basten. La volea rápida y letal como un picotazo se incrustó en la escuadra del gran Dassaev haciendo estallar un pais de apenas diez millones de habitantes.
Aquel año el balón de oro fue para Ruud Gullit, Van Basten tendría tiempo de llevarse tres, y escribir páginas de leyenda en el calcio. Cinco años después las malditas lesiones se llevaban por delante al “Cisne de Utrecht”, uno de los mejores delanteros de todos los tiempos.
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